España, una nación desquiciada
Una mujer trastornada secuestra a un recién nacido en un hospital de “la mejor sanidad pública de España” . Canción esta, cuyo estribillo se repite y es idéntico en todas las autonomías con competencias en sistemas de salud.

La mujer en cuestión entra vestida de enfermera y deambula tranquilamente en un laberinto de rayas blancas, azules, verdes…, nadie repara en ella. Una más de las cientos de enfermeras, enfermeros, auxiliares o lo que sea que embutidos en uniforme de trabajo pueblan hasta el agobio el sistema sanitario, no solo vasco, sino también español. Funcionarios de por vida.
La mujer consigue llevarse el bebé. Secuestro en el hospital. Pasmo mundial. Análisis en las tertulias mañaneras de televisión. En una de ellas alrededor de una mesa semicircular, comentaristas en perfecto estado de revista de moda, insisten hasta la saciedad en protocolos no cumplidos, posibles fallos del padre, o del propio hospital. Repaso de la psicología de esta mujer. Muestran el papel que contiene las normas y consejos a seguir por los padres en relación con los recién nacidos. El padre afirma que a él no le han dado nada. Como ilustración del suceso repiten por enésima vez el recorrido grabado en cámaras de la mujer, cortesía de la policía vasca que muestra en una esquina el sello, emblema del cuerpo “Ertzaintza”. Por cierto, creo que esa palabra, no estoy muy seguro, tiene que ver con el pastoreo. El “ertzaina”, agente de policía vasco responde entonces a esa idea de pastor que vigila y dirige el rebaño. En todo caso, tal como hoy en día es corriente, todos somos grabados por miles de cámaras y la labor policial consiste básicamente en aislar a la oveja perdida, la que se aparta del rebaño y luego seguirla.
Pero al parecer la mujer, convencida por su propia familia, deja al bebé en el felpudo de un piso cualquiera. El niño está bien, ha sido alimentado e hidratado correctamente.
Entre los tertulianos un señor muy conocido, con décadas de dedicación al parloteo televisivo introduce la cuña que faltaba en todo este drama. La pareja de la falsa enfermera. Un varón. El tertuliano otea astutamente por donde sopla el viento feminista, sabe o finge saberlo que detrás de cualquier actividad cuasi delictiva de una mujer tiene que estar el pérfido hombre, auténtico responsable en la sombra, que es al que hay que investigar.
Todo muy políticamente correcto. Sin embargo hay algo detrás de todo este suceso que debería también ser analizado y comentado. Me refiero al instinto maternal. De vez en cuando y entre el atestado mundo de madres vestidas de uniforme islámico, singularmente el famoso velo, puede verse alguna madre de aspecto hispano. No son muchas. En proporción a nuestra población, diría que son trágicamente escasas. A pesar de todo parecen felices de ser madres. No tienen más de dos hijos, en general, solo uno. Por contra las mujeres del islam suelen llevar a unos cuantos detrás de ellas. Pero ya sabemos que en España y probablemente en el resto de este caduco mundo occidental, la maternidad, está casi absolutamente prohibida, al menos para nuestras mujeres. Quizá si se dedicasen parte de esas transferencias de dinero para fomentar la inmigración salvaje o la acogida de ingentes cantidades de población ajena a España. Quizá si nuestras mujeres, no tengo idea de cuantas de ellas, pudieran percibir algún ingreso por hijo a cargo…, tal vez en ese caso…
Y digo esto porque en aras de la igualdad prescrita entre hombres y mujeres veo muchas trabajando en la limpieza de pueblos y ciudades, conduciendo camiones, autobuses, y otros trabajos similares que llevan en sí mismos el complemento de ser, en muchas ocasiones, trabajos duros, poco apreciados socialmente y también difícilmente compatibles con la vida familiar. Por el contrario, las mujeres venidas del norte de África no creo, al menos yo no las veo, que acepten ese tipo de trabajos a los que me he referido. Muchas portan carpetas repletas de papeles, móvil a punto de incendio y conducen automóviles que muchos de nosotros no podemos permitirnos.
Hacen bien, por supuesto. Pero sería deseable que nuestras instituciones de estudio sociológico, por ejemplo el CIS, siempre que no estuviera manipulado nos informara adecuadamente de los medios de vida con que cuentan nuestros nuevos vecinos. Es decir, de qué viven. Cuál es la fuente de su financiación. Tal vez nos lleváramos alguna sorpresa.
Como ejemplo diré que en una ciudad del sur de España a la que he vuelto a visitar recientemente, las cosas, al menos en uno de sus barrios más tradicionales, han cambiado radicalmente en estas últimas décadas. Cuando yo lo conocí por primera vez era un barrio habitado sobre todo por gitanos. Un lugar un tanto dejado de la mano de Dios al lado de un antiguo y deteriorado monumento castillo, originalmente árabe. Todo ha cambiado, absolutamente. El nombre es ahora, al menos así rezan las inscripciones, en inglés (creo que no en español) que indican la dirección, “barrio árabe” o algo parecido. Ha mejorado, eso es cierto. Hay restaurantes marroquíes, bien atendidos y con comida más que aceptable. Las antiguas casas están ahora rehabilitadas y las tiendas ofrecen todo lo que uno podría encontrar en un zoco “magrebí”. En definitiva el tradicional sabor español (los gitanos siempre han sido nuestros; ya no están) ha sido sustituido, como si nunca hubieran existido, por una suerte de vuelta atrás, cuando España era una sucursal de algún califato.
Y se ha hecho con dinero. Tal vez dinero de algún emirato que ha engrasado esta transformación ante la que los rubicundos turistas europeos se sorprenden, extasiados, de que lo árabe haya sobrevivido a la supuesta, ahora ya definitivamente cuestionada, reconquista.
Fuente: Alerta Digital
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