¿Es Teruel la ciudad más infravalorada de España?
Rincones y razones para descubrir una urbe con monumentos Patrimonio de la Humanidad y otros muchos encantos inesperados.
Sobran motivos para visitar Teruel. Recorrer su casco antiguo es viajar al corazón de una coqueta villa que bombea alrededor de la plaza del Torico, saca pecho con su patrimonio mudéjar, sorprende con su legado modernista, y muestra en cada latido el tesón y el orgullo de un pueblo que no baja los brazos ante las injusticias de la España vaciada.
Todo ello en una ciudad a escala humana, situada a casi mil metros de altitud, que resulta perfecta para una escapada en clave slow que discurre entre históricos muros, versos de leyendas, huellas de dinosaurios y mucho amor. Y por si fuera poco, la provincia aragonesa situada más al sur está jalonada de otros muchos encantos materializados en una extraordinaria colección de pueblos.
La plaza del Torico es el patio de recreo de los turolenses y el mejor punto de partida para recorrer esta ciudad que luce casi intacta su estructura medieval. Aquí se alza el gran símbolo de Teruel, un pequeño astado de bronce que nos remite a la leyenda fundacional de la villa, y que preside este espacio cuajado de soportales que concatenan comercios, terrazas y edificios que obligan a levantar la mirada para descubrir un inesperado legado.
Pero no sólo de Torico vive la ciudad. Si Italia presume de Romeo y Julieta, Teruel hace lo propio con sus famosos amantes, Diego de Marcilla e Isabel de Segura, cuya trágica historia recrea fielmente en febrero las imprescindibles Bodas de Isabel. Una fiesta de Interés Turístico Nacional, en la que la ciudad al completo regresa al siglo XIII para revivir las costumbres del medievo. No hay duda, Teruel es una de las ciudades europeas del amor.
La visita completa al Mausoleo de los Amantes, donde reposan bajo unas bellas esculturas de Juan de Ávalos que no llegan a tocarse, incluye la entrada a la iglesia, al claustro y a la Torre de San Pedro. O lo que es lo mismo, a un arte único declarado Patrimonio de la Humanidad: el mudéjar turolense.
El recorrido por el casco histórico continúa a la sombra de esbeltas torres de ladrillo, yeso y cerámica vidriada. Alzadas en los siglos XIII y XIV por los musulmanes que permanecieron en la ciudad durante la Reconquista cristiana, son uno de los mejores ejemplos de arquitectura mudéjar de España. Da igual el orden que se siga. La Torre de San Pedro, la de San Martín -que perfila el cielo de la plaza del Seminario y da acceso al portal de Daroca y a la antigua morería-, la de El Salvador y la de la Catedral de Santa María de Mediavilla deslumbran por igual por su riqueza decorativa y por el uso de pasadizos abovedados que permitían el paso en una ciudad antaño cercada por murallas.
Visitar el mayor templo de Teruel, que embellece la de por sí encantadora plaza de la Catedral, tiene su recompensa: admirar el artesonado de madera que cubre la nave central. Considerado por muchos como la capilla sixtina del arte mudéjar, su profusa decoración, con motivos geométricos y figurativos que plasman el Teruel medieval, es una delicia visual con sello Patrimonio de la Humanidad. Igual que su cimborrio y la torre que conduce a otro hermoso rincón: la plaza del Venerable Francés de Aranda, popularmente conocida como plaza del Obispo.
Si cada una de estas gemas del mudéjar reclama un buen rato de contemplación, la Torre de El Salvador más. Y es que, aunque su silueta recuerde a la de San Martín, e incluso una leyenda romántica las una, la factura de esta atalaya de principios del siglo XIV es única. Una trabajada bóveda de crucería, grandes paños ornamentales, estrellas de ocho puntas, azulejos, espigas… Tras visitar el Centro de Interpretación de la Arquitectura Mudéjar Turolense que alberga en su interior, se impone subir al campanario donde esperan unas magníficas vistas que sobrevuelan el centro y se pierden en la vega del Turia.
Bajando por la calle de El Salvador, se llega a otro hito arquitectónico de Teruel, una monumental escalinata neomudéjar que salva los 26 metros de desnivel que separan la estación de tren del centro. Las farolas de forja con tintes modernistas jalonan un recorrido que resume, entre ladrillos, escudos y cerámicas, la historia de la ciudad. Como el altorrelieve en piedra de los Amantes, que, a modo de mirador, invita a seguir caminando por el siempre animado paseo del Óvalo, y a sentarse, si el tiempo lo permite, en alguna de sus terrazas.
A partir de aquí, el viajero puede seguir recorriendo el casco antiguo para toparse con un ramillete de portales, torreones y tramos de la vieja muralla, perderse por el barrio de la Judería, o visitar el Museo de Teruel que profundiza en la cultura local y provincial al abrigo de un precioso palacio renacentista.
El puente es el plan
Otra opción, descubrir una de las obras de ingeniería más destacadas de la España del siglo XX. Construido en 1929 para conectar el centro histórico con el Ensanche, el viaducto viejo o de Fernando Hué, hoy peatonal, fue en su día el segundo más grande de Europa. Sus titánicas proporciones dan fe de ello: cinco arcos de hormigón unidos por pilares de mampostería, un arco central de 39 metros de luz y 34 metros de altura. ¿La foto perfecta? Desde el viaducto nuevo -abierto al tráfico rodado- que discurre en paralelo.
TERUEL MODERNISTA
También hay que remontarse a principios del siglo XX, cuando la renovación artística del modernismo aterrizó en Teruel de la mano de Pablo Monguió, un arquitecto catalán que construyó para la burguesía de la época joyas como la Casa Ferrán, la del Torico -inspirada en la barcelonesa Casa Lleó Morera de Lluís Domènech i Montaner- o La Madrileña.
Líneas curvas, forjas y nuevos volúmenes que salvan las fronteras de la plaza del Torico para conquistar otros rincones del trazado urbano como la Casa Bayo, la Casa Escriche o las Escuelas del Arrabal que respaldan la inclusión de Teruel en la Ruta Europea del Modernismo.
comer en Teruel
La gastronomía turolense es un contundente y sabroso regalo para el paladar. Su mejor embajador es el jamón con DOP, curado en la sierra y avalado por la estrella mudéjar de ocho puntas. Una delicia que comparte mantel con ternascos, conservas, verduras como el cardo y la borraja, bacalao y sopas de ajo. Y como dulce colofón: suspiros de amante y trenza mudéjar.
Este discurso culinario, en el que no falta el toque de la trufa negra -capaz de transformar muchas recetas en bocados gourmet, se cata y disfruta en restaurantes donde priman los sabores tradicionales, y en locales que tiran de fusión y vanguardia para complacer al comensal. Entre los primeros, destacan asadores como La Bella Neda (San Esteban, 2) o la Vaquilla (Judería, 3), y templos del tapeo informal como La Barrica (Abadía, 5) o el Gregory (Paseo del Óvalo, 6). Entre los segundos, las creativas propuestas de la Gastrotaberna Locavore (Bartolomé Esteban, 10), y los menús degustación del Yain maridados con su excelsa bodega (Plaza de la Judería, 9).
Fuente: Nacional Geographic
¿Cuál es tu reacción?